lunes, 15 de octubre de 2012

La calle Cuerpo de Cristo


En varias ocasiones he nombrado la Calle Cuerpo de Cristo. Esta calle, como otras de Palma, debe su nombre al Hospital que allí hubo, uno de los establecimientos medievales que se unieron al de San Bartolomé, al hospital de la Caridad, al de Santa María de la Coronada, y al Hospital de San Sebastián: El Hospital Cuerpo de Dios. Es ésta una calle peculiar, guarda el trazado de la época, con calzada estrecha y aceras minúsculas que te obligan a pegarte a la pared cuando deambulas por ella y pasa un vehículo por allí. Aún quedan viviendas con sabor añejo, aunque la piqueta de la modernidad haya hecho algún daño en sus inmuebles. Una calle que, hasta hace poco, conservaba el empedrado típico de la zona antigua del casco urbano. Esta vía empieza en la calle Feria y termina en la Calle Cigüela. Y, como otras de la zona, era paso obligado en mi niñez y un punto esencial de la memoria de aquella época sentimentalmente entrañable.


Accediendo por la Calle Cigüela, en el tramo donde encontrábamos la casa de los Liñán y Calvo de León, había una casa a la izquierda propiedad de la familia de Joaquín de Alba Carmona, profesor de instituto jubilado, hijo del pintor y caricaturista Joaquín de Alba Santizo. Concretamente era de los abuelos del profesor, Manuel Carmona y Pura Morales. 

Mi madre (en primer plano en el centro) entre amigas, de joven

Más adelante, por la derecha encontrábamos las traseras de la casa de la Panadería El Cuquillo. Y una casa de vecinos, cercana a la calle Peña, donde vivió Belencita, una muchacha que sirvió en mi casa de la calle José de Mora, a la que dábamos mucho la lata, según recuerdo (cosas de niños), que luego se casó con un empleado del servicio de recogida de basuras. La calle Peña tenía otro de los lugares, esta vez divertidos, del entorno: la carpintería de León. Creo que este señor era hermano de Elena León, la costurera de la que hablé en uno de los post dedicado a la Calle Feria. Lo divertido era que tenía un mono tití, al que exhibía sujeto de una cadena en la puerta de la carpintería. Muchas veces íbamos a verlo (y a enfadarlo tirándole chinos, para reírnos de él), con mis primos Juan y Sebastián ("Chanín"), los hijos de mi tíos Belén (hermana de mi madre) y Jacinto, que vivían en la casa de vecinos de la calle Muñoz (entonces calle Capitán Cortés), donde también vivió mi madre de joven, después de dejar el campo, y con quienes manteníamos estupendas relaciones hasta que se fueron a vivir a Madrid, como otros emigrantes más, en busca del sustento que aquí no encontraban. Mi madre guardó durante mucho tiempo la amistad con otros vecinos de aquella casa. 

Calle La Palma engalanada como en la calle Cuerpo Cristo para el Corpus, sin juncias

Casi frente a la entrada de la calle Peña estuvo el Mesón El Candil, uno de las discotecas, que llamábamos entonces "bailes" del pueblo, junto a la de la OJE. Lo fundó el cura Don Tomás, Tomás Pérez, sacerdote que dejó una profunda huella en Palma, pues tuvo un especial espíritu emprendedor. Al mesón sumó una piscina, donde muchos niños humildes iban en verano a refrescarse, y daba clases en su casa. Murió en Villafranca hace años. El Mesón El Candil ocupaba una casa antigua con un bonito patio, donde edificaron la sala de baile y la barra de bar, al que se entraba por un largo pasillo. Tenía árboles y el sabor de una casa típica de la arquitectura popular palmeña. Tenía una vivienda donde se alojó la familia Lopera, que hacían de guardas, y cuyos hijos fundaron la Imprenta Lopera con empleados de la antigua Imprenta Impali, la empresa de Leonardo Fijo. La discoteca tuvo varias épocas de vida. También después de irse Don Tomás se reabrió varias veces, con los problemas que supone hacer compatible el descanso de los vecinos con las ganas de diversión de los jóvenes. Ahora permanece cerrada. 


Varias viviendas encontramos después. Casi todas antiguas, aunque, como decía al principio, no han sido ajenas al furor constructivo de los últimos años. Una de ellas, la del antiguo número 18, presentaba una fachada irregular con dos entradas. Una de ellas, "puerta adintelada, enmarcada por pilastras, entablamiento clásico y frontón partido", según el Plan General de Ordenación Urbanística. Fue derribada hace años, presentando estado de ruina. Creo recordar que era una casa de vecinos. Han conservado esa portada, aparentemente de estilo barroco, y han reproducido el patio, con sus arcos y columnas. Es una muestra de que no basta con proteger inmuebles en las normas urbanísticas. El coste del mantenimiento hace difícil esa conservación, para los propietarios. Y los ayuntamientos no nadan, precisamente, en la abundancia, como para hacerse cargo de esas edificaciones comprándolas o dando ayudas. Así que el abandono termina dando al traste con el deseo conservacionista. Aunque se salven afortunadamente elementos que recuerdan el pasado. 


En frente, otras casas del siglo XIX y principios del XX están también sufriendo las consecuencias de ese abandono, como la que hay en esquina con la calle Muñoz, por la derecha. Incluso algunas fueron sustituidas por viviendas modernas que han intentado preservar la apariencia del entorno urbano. Como también fue sustituido el edificio donde estaba la tienda de La Cantinera, otro espacio con sabor. Estaba en la otra esquina de la calle Muñoz (la cercana a la antigua casa de mi tía Belén, ya derribada por cierto). Muchas veces pasaba por allí y miraba con ganas la "pecera" de cristal llena de bolas de chicle que tenían en el mostrador. Mi madre se negaba a comprarnos esos chicles, pues iban sin envoltorio que preservase la higiene. La tienda era de las tradicionales, con altas estanterías exponiendo sus productos, las de ultramarinos de toda la vida. Luego vivieron allí los padres de la familia Continente (pariente del maestro Melchor Continente, que da nombre a la plaza de la urbanización que se ejecutó en los terrenos del antiguo Huerto de Tabardillo) y Mayén. 


El tramo que nos queda por repasar es el que va desde la esquina con calle Muñoz a la Calle Feria. Ya he hablado de algunas cosas en otros post. Viven allí los Lopera, una familia de electricistas. Frente a ellos estaba el Sindicato, las oficinas de la antigua Organización Sindical, dependiente de FE y de las JONS. Recordemos que mi niñez transcurre en tiempos de Franco. Al lado había un bar, cuya entrada se ve en una de las fotografías. Alguna vez entré en esas oficinas, situadas en un edificio antiguo con una portada espléndida, que fue desmontada y vuelta a colocar por su actual propietario, Manuel Palomero (funcionario del ayuntamiento), cuando levantó allí su vivienda. Está rematada por un balcón que luce un frontón partido, que enmarca un escudo. Otro ejemplo de elementos de un pasado más "noble". 


Luego estaba la entrada de la casa de la viuda de Guillermo Iglesias, junto a su tienda "San José", "paquetería, coloniales, artículos de novedad, calzados y depósito de la plata Meneses", como rezaba una antigua publicidad de una revista de feria, haciendo esquina con la calle Feria. Un "gran almacén" con su olor a café en la entrada, como me recordaba Ana Mari en sus comentarios. Ahora ocupan su lugar unos apartamentos y una clínica dermatológica. Y en frente, la casa que se hicieron su hija Guillermina y su marido Eloy y que ahora tienen alquilada pues viven en el Acebuchal, junto a unos grandes escaparates de la tienda que ocupaban la planta baja del edificio, que luego fue vendido a Pepe Fernández, el constructor.

Procesión del Corpus Christi a su paso por la Calle Cigüela

Terminamos con el recorrido, sin dejar a un lado otra "seña de identidad" de siempre de esta calle. Por su nombre y su configuración histórica esta vía ha tenido un protagonismo lógico durante años. La festividad católica del Corpus Christi se ha vivido en ella, por los vecinos, como algo especial. Siempre la han adornado ese día sacando las macetas de sus patios a la calle, engalanando las fachadas con mantones, flores, figuras litúrgicas y estampas. Las juncias han cubierto el pavimento de una alfombra verde, fresca y olorosa, que hacía más agradable pasar por la estrechez de su trazado, rodeado del blanco de sus casas. Ese, como no, era el día de la onomástica de esta zona que surgió en la Edad Media, en el llamado "Barrio nuevo". Y que, hoy día es viejo, pero también, por eso, un entorno entrañable prendido de mi memoria y de los sentimientos de muchos palmeños. Un recorrido corto, pero, sin duda, intenso.


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