domingo, 15 de julio de 2012

El concierto "Thick as a brick" de los Jethro Tull en Córdoba


Cuando me enteré que Jethro Tull venían a Córdoba a actuar en el Festival de la Guitarra pensé "¿Todavía existe la banda? Si es así, no puedo perdérmelo". Nunca he podido asistir a un directo del grupo, y a estas alturas, será la única vez que pueda verlos en vivo, en una de las pocas actuaciones que tienen en nuestro país. No lo dudé, y compré las entradas por internet. Ayer la quimera de ver a uno de los grupos británicos que veneraba en mi juventud, cuando descubriera la música joven en la radio, se hizo realidad.

El Teatro de la Axerquía se llenó para ver la conmemoración que están haciendo por los cuarenta años del disco "Thick as a brick" que lanzaran en 1972. Jethro Tull, el grupo con nombre de inventor de una máquina sembradora, es uno de los representantes del rock sinfónico o progresivo de los años setenta. Su música, con raíces británicas, medievales o celtas, pero sin la influencia avasalladora de los irlandeses o bretones, me enganchó desde un primer momento en que la oí. También me gustaban Pink Floyd, Yes o Mike Oldfield, pero los de Ian Anderson tenían ese toque historicista o campestre, muy británico, que me conmovía.


Ayer Ian Anderson, el viejo flautista de Hamelin del rock, el juglar, el saltimbanqui, equilibrista, pirata, el bardo escocés, junto a su banda, supo atraer a cientos de "niños y niñas" ya maduros, que peinamos canas, barbas y hasta calvas como la que él oculta bajo su sempiterno pañuelo anudado a la cabeza, para disfrutar de casi dos horas de concierto histórico. Es como una "sota de flautas" del rock, pues viste de esta guisa y es la flauta travesera la que le hizo famoso al introducirla en el mundo de rock, y por la que le reconocemos en una imagen que ha dado mil veces la vuelta al mundo: Anderson haciendo piruetas por el escenario, levantando un pie y bailando sobre la otra pierna, imitando un flamenco (ave) en su charca, mientras saca innumerables sonidos del instrumento, que se se funde magistralmente con guitarras eléctricas, batería, bajo y teclados en una sinfonía perfecta. Ayer lo volvió a ejecutar como si tuviese 20 años este sexagenario que está a punto de cumplir en agosto los 65 años y parece un chaval. Aunque se le note en la voz, tras las enfermedades sufridas, y tenga que ser asistido por otro miembro joven del grupo como vocalista, que imita a la perfección el timbre y las cadencias que nos regalara veinte años atrás, y que danza y dramatiza pasajes de la letra de los temas. Jóvenes y veteranos en la formación nos deleitaron uniendo la música con el humor.

Se presentaron vestidos con gabardinas limpiando el escenario, mientras un vídeo al fondo nos mostraba un almacén. Luego, con claras muestras de humor inglés (o mejor británico, para no herir susceptibilidades) en la proyección el líder de la banda se nos mostró como médico, como aristócrata que nos enseñaba su palacio-casa de campo y sus jardines, o como paseante. Una de las imágenes que se repetía, como una metáfora hilo conductor del espectáculo, era la de un hombre rana, que  aparecía por caminos campestres, calles de ciudades, interiores y otras partes, andando con sus aletas, como un pato mareado, hasta que encuentra por fin su medio: el mar. Primero interpretaron el álbum (de un solo tema, dividido en dos partes) cuyo aniversario conmemoran. Tras un breve paréntesis pasaron a mostrarnos lo que se conoce como "Thick as a brick 2", una nueva composición que presentan como continuación del relato de disco original. El protagonista, Gerald Bostock, el niño ficticio que escribió el poema motivo del disco y que fue premiado y luego le retiraron el premio por una palabra obscena, ya es mayor y vive los efectos la guerra, la corrupción del dinero y otros males sociales de nuestro tiempo que reflejan en la segunda parte. El estilo pretende continuar el del trabajo original, pero a mí me pareció algo reiterativo y en algunos momentos también lento, con muchas apelaciones a una música que sonaba con melodías clásicas escocesas. El final del concierto sí ganó en fuerza, llegando a ser trepidante y consiguiendo levantar al auditorio de sus asientos. 

Sin duda fue un encuentro emocionante, una recreación de un pasado musical donde la calidad brillaba y duraba, no como la "música" de usar y tirar de estos tiempos modernos. Algún joven que hubiera por allí (alguno vi) pudo encontrarse con una experiencia diferente. Con la historia de la música rock. Como yo ahora la reencuentro, mientras escribo esto, con el disco de la carátula del periódico, que cumple cuarenta años (¡cómo pasa el tiempo desde los primeros discos que escuché!), sonando en los altavoces. Memorable.

(Para quienes no pudieron ir y no tengan la oportunidad de verles, y para quienes no lo conocen y quieran descubrirlos, os dejo una actuación en directo de 1978, con el tema original. Disfrutadla.)

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